Fermoselle

Las últimas brujas

El día de todos los Santos o día de los muertos siempre ha dado pie a historias inquietantes sobre cementerios, brujas, espíritus y fantasmas que avivan siempre los misterios del más allá, de los poderes de los vivos para conectar con los muertos, historias más que entretenidas como la que contamos hoy.

Roberto Fariza recogió una de ellas en su libro “Historias y Leyendas de Fermoselle”. Este capítulo de su libro trata de las últimas brujas que hubo en Fermoselle y vamos a leer unos fragmentos del mismo.

En Fermoselle existe una calle conocida como el Rincón de las Brujas, sin duda un lugar de reunión para realizar sus diablescos aquelarres. Una de las últimas fue la señora Carmen, conocida como la Tía Restituta, esta mujer que vivió en la calle Corral de Concejo era muy conocida por convertirse algunas noches en gato negro.

Sucediole a esta mujer un percance que a continuación relatamos.

Estando la Tía Restituta una mañana en una finca de su propiedad, observó como su convecino, que en ese momento araba con una caballería, había arrancado y desplazado los marcos que delimitaban ambos terrenos, se acercó a él y le echó en cara el hecho con toda clase de maldiciones e insultos, el vecino que era persona de mal carácter, discutió con ella, y tras un largo enfrentamiento verbal, la acabó despachando con la frase: “Anda calla, tía bruja”.

El hombre, que era vecino de Fermoselle y que vivía en el barrio de Santa Colomba, era poseedor de seis mulas, lo que en aquella época denotaba tener gran capital, y en verdad que era de las personas mejor posicionadas económicamente de la localidad. Una vez recogidas sus caballerías y aperos de labranza, altanero abandonó el lugar y continuó su camino, sintiéndose triunfador de la discusión mantenida con su vecina. Creyéndose ofendida y perdedora en la discusión, la Tía Restituta se prometió a sí misma venganza de tal ofensa.

Aquella misma noche, se desplazó a las cuadras donde su vecino guardaba las mulas, y tras convertirse en gato, una por una, fue arañando los lomos de las caballerías. Los animales por el dolor, rebuznaban y daban coces, armando gran escándalo, lo que provocó que el dueño que dormía plácidamente se despertara, sigiloso entró en las cuadras armado con un palo y cerró la puerta, observó al gato como dañaba las caballerías y tras perseguirlo, le acertó a dar un golpe partiéndole las patas, dejándolo malherido, lo cogió por el rabo y lo tiró en la calle en lo alto de un muladar, diciéndole: “Anda, ya no me jodes más las mulas”.

Ya de madrugada, cuando las gentes se dirigían al campo a trabajar, se sintieron voces de socorro: “Auxilio, vecinos, por favor que estoy aquí, ayuda”, acercándose varias personas y hallando a la Tía Restituta en lo alto del muladar con ambas piernas rotas. Los vecinos sorprendidos preguntaron que le había pasado, contestando ésta: “Nada, que anoche quise gastarle una broma a fulanito y ese bandido me ha pegado una paliza y malherida me ha tirado en este lugar”.

Cuatro o cinco vecinos se acercaron a casa del agresor a preguntar el motivo por el cual le había roto las piernas a la tía Carmen, Tía Restituta, contestándole que lo único que había hecho anoche, fue romperle las patas a un gato negro que le estaba arañando las caballerías y que después lo había tirado a un muladar.

De esta forma, aquel día, la Tía Restituta alcanzó la fama de la bruja que por las noches se convertía en un gato negro.

Otra bruja afamada de la localidad fue la Tía Melchora, la cual vivía bajo las peñas del Castillo, en el callejón sin salida de la Plaza, vivía sola, solamente acompañada por un gato moro y unas gallinas. La Melchora era la mujer que más consejas y romances sabía de Fermoselle, y era especialista en quitar los “culebrones”[…] Brujas hay en el pueblo, pero tan solo Melchora sabía el conjuro, que hacía durante doce noches seguidas, al caer las campanadas de las doce. Mojando una pluma de gallina negra en tinta, iba trazando cruces sobre el cuerpo desnudo del afectado. La tintura ha de componerse con pez, aceite robado del candil que luce en el Cristo del Humilladero, y agua cogida al alba del pozo Mergúbez, siempre antes que el sol la raye. Con la pluma negra susodicha, que cada día arrancaba de una de sus gallinas y con voz solemne y cavernosa, iba repitiendo las palabras rituales de los culebrones:

” Culebrón, culebrón, yo te juro y te conjuro, que ni crezcas, ni envivezcas, ni ajustes rabo con cabeza”

[…] Estaba un día la tía Melchora arrimada a la lumbre, medio adormecida y viendo el puchero gorgoritear sobre las estrébedes, acompañada siempre de su gato moro. Tan a gusto se encontraba que le apeteció ir a beber un poco de vino a una de las muchas bodegas del pueblo, y escogió la del Tío Calderero, pues tenía fama de hacerlo con mucho grado, no llevó farol para pasar desapercibida y para ello adoptaría la forma de perro, una vez dentro comenzó a tantear los toneles y debido a la oscuridad y al no conocer bien sus rincones, tropezó con un basal, cayendo al suelo una lata de sardinas, la cual se venía utilizando para beber el vino y que en muchas bodegas hacía las veces de mortera, esta no paró de rodar por las lanchas de la bodega hasta caer al albañal, con tanto ruido se despertó el Tío Calderero y armado con un buen tranco bajó sigilosamente las escaleras, donde descubrió a un perro bebiendo de una cuba su mejor vino. Propinó tal palo en la pata, que hizo a la bruja recobrar en el acto su personal figura, soltando la frase: “Donde la hierba tú, no vuelvo yo”, emprendiendo la huida aprovechando el desconcierto y sorpresa del hombre. Aquella semana paseó la Tía Melchora con un brazo en cabestrillo, mientras, las gentes murmuraban y la señalaban al verla pasar. […]

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